LA VUELTA AL COLE Y A SUS ZAPATOS, CONSEJOS PARA EL CORRECTO CALZADO DE NUESTROS NIÑOS Y NIÑAS.
En el ámbito de la Podología Infantil, es imprescindible la prevención.
Es a partir de los 3-4 años cuando es recomendable visitar al podólogo para estudiar el pie del niño y valorar posibles deformidades o marchas anormales.
La elección del calzado para el niño es uno de los temas que con razón debe ocupar tiempo a los padres, ya que dependiendo del zapato escogido estaremos favoreciendo o perjudicando el caminar de nuestro hijo. No con ello se pretende decir que el calzado sea un elemento corrector de la pisada, ya que para este fin se diseñan de manera personalizada las plantillas en un centro de Podología, sino un soporte correcto para los pies del niño que estará usando, de media, 7 u 8 meses del año.
Las características de un calzado correcto podrían clasificarse según las necesidades que presente el pie, hecho que varía según la edad del niño y que sería objeto de artículos posteriores, pero por norma general es importante que el zapato reúna unas condiciones esenciales que persigan la estabilidad del pie en crecimiento.
En primer lugar el zapato ha de ser con un contrafuerte rígido; con ello nos referimos a que la parte posterior del zapato que recoge el talón, sea casi indeformable cuando la apretamos lateralmente con nuestros dedos. Ello nos garantizará una buena sujeción de la articulación subastragalina, básica para caminar correctamente.
Por otra parte, el dorso del pie ha de estar sujeto con sistemas seguros, como cordones, velcros,hebillas...para garantizar así que el pie del niño no se salga del zapato al caminar y no se mueve en exceso durante el paso. El mocasín o las merceditas terminan cediendo al cabo del poco tiempo. Es necesario por tanto, obligar al niño a que se abroche y desabroche los cordones cuando se los ponga y se los quite, para evitar que el zapato se holgueé.
La horma ha de ser recta, es decir, que mirando el zapato desde la suela, no tenga angulación en su silueta, sino que la huella sea recta; esto se puede comprobar haciendo una línea imaginaria que vaya desde el centro del talón al centro de la puntera; si esta línea ha de curvarse para unir dichos puntos, el zapato no será de horma recta.
Con respecto a la suela, es preferible que sea de goma, dadas sus características flexibles pero indeformables. Un zapato que pueda flexionarse con las manos sin esfuerzo es un zapato inservible.
La puntera ha de ser amplia, para acomodar el ancho de los dedos sin que estos se aprieten, por lo tanto hemos de rechazar aquellas excesivamente puntiagudas.
Así mismo, la adquisición del zapato ha de hacerse a últimas horas del día para garantizar que el pie esté en su máximo grado de hinchazón, y no quedarnos cortos con la talla; también es buena medida el probarlos con un calcetín de grosor parecido al que se usará en el colegio. Se ha de probar ambos zapatos con el niño de pie, palpando con nuestros dedos que la punta del dedo más largo (que no ha de ser el más gordo sino que a veces es el segundo dedo) no toque con el extremo del zapato.
Mención especial recibe el calzado deportivo. Desde el punto de vista clínico es desaconsejable acostumbrar al niño a que lleve siempre deportivas, ya que transpiran peor (hecho que facilita la aparición de hongos) y casi ninguna de ellas cumple los requisitos de estabilidad y sujeción comentados anteriormente (favoreciendo así los pies pronados). Además, cuando se hace deporte el pie debe asentarse en un calzado diferente al de toda la semana para que exista diferencia, si no, existirá menor motivación psicológica.
En todo caso, cuando los padres aprecien que el niño pisa para adentro, vuelca los pies, tuerce las piernas o se tropieza en exceso, se recomienda que visiten a un podólogo, profesional experto en pies, para que valore las numerosas posibilidades de corrección.
TEXTO: Clínica del pie la Malagueta